Abrió la bocaza... y se
quedó en el suelo, bobo como un deshollinador. ¿A qué has venido,
gigante? ¡Vete, vete, gigante! ¡Mi Pepín es tan dulce y gentil!
¡Se abraza tan cariñosamente a su mamá, contra el corazón de su
mamaíta! ¡Es tan bueno y tan cariñoso! Sus ojos son tan dulces y
tan claros, que todo el mundo le quiere. Tiene una naricita monísima
y no hace tonterías. Antes corría, gritaba, montaba a caballo. Has
de saber, gigante, que Pepín tenía un caballo, un lindo caballo
grande, con su cola. Pepín monta a
caballo y se va lejos, lejos, al bosque, al río. Y en el río, ¿no
lo sabes, gigante?, hay pececitos. No, tú no lo sabes porque eres un
bruto, pero Pepín sí que lo sabe. ¡Pececitos lindos! El sol
ilumina el agua y los pececitos juegan, ¡tan lindos, tan lindos y
ligeros! ¡Si, gigante bruto, que no sabes nada!...
-¡Qué bobo de gigante!
Vino y... se cayó. ¡Qué bobo es! Subía la escalera y de pronto,
¡para!, se cayó. ¡Ah, qué bruto es! No tiene por qué venir aquí
el gigante; no le hemos invitado. Antes Pepín hacía travesuras,
pero ahora es tan juicioso, tan dulce, tan bueno, y mamá le quiere
tan tiernamente. Le quiere tanto... más que al mundo entero, más a
sí misma, más que a la vida. Pepín es para su mamá el sol, la
dicha, la alegría. Ahora es muy pequeñín y su vida es pequeñita,
pero después se hará grande como un gigante. Tendrá una larga
barba y unos largos bigotes, y su vida será grande, clara y bella.
Será bueno, inteligente y fuerte, como un gigante, ¡tan fuerte y
tan inteligente! Y todo el mundo le querrá, le admirará. Tendrá en
su vida penas, porque todo el mundo tiene penas, pero conocerá
también grandes alegrías, claras como el sol. Entrará en la vida
bello e inteligente, y el cielo azul estará suspendido por encima de
su cabeza y los pájaros le cantarán sus más bonitas canciones y el
agua le murmurará cariñosa. Y mi Pepín mirará en torno suyo y
dirá: "¡Qué bella es la vida!"
-¡Ya... ya!... No; es
imposible; te tengo fuerte, querido chiquitín mío. ¿No te asusta
la oscuridad? Mira, se ve luz por la ventana: es el farol de la
calle, que nos alumbra. ¡Es tan bobo ese farol! ¡Se está derecho y
alumbra! También a nosotros nos da un poco de luz. Él dice: "¡Vaya,
no hay luz en esa casa, les voy a alumbrar un poco!" ¡Es tan
bobo ese alto farol! ¡Mañana nos alumbrará también! Mañana...
¡Dios mío, Dios mío!
-Sí, sí... El
gigante... Desde luego... ¡Es tan grande! Más alto que el farol y
que el campanario. Y vino y... ¡se cayó! ¡Ah, qué bobo eres,
gigante! ¿Es que no veías el escalón? "¡Yo miraba a lo alto
y no vi el escalón!", responde el gigante con voz de bajo
profundo. "¡Yo miraba a lo alto!" ¡Ah, qué bruto eres,
gigante! Es mejor mirar abajo; así, hubieras visto el escalón. Mira
mi Pepín, gigante; ¡es tan guapo, tan inteligente! Será todavía
más grande que tú. Dará unos pasos enormes. Caminará a través de
la ciudad, sobre los bosques y las montañas.
Será fuerte y valiente;
no temerá nada, absolutamente nada. Caminará a través de los ríos.
Todos le mirarán con la boca abierta, tan bobos, y él atravesará
los ríos. Su vida será tan grande, tan bella y clara, y el sol
brillará sobre su cabeza, el dulce sol, tan lindo. Desde la mañana
brillará el dulce sol... ¡Dios mío, Dios mío!...
Ya... Vino el gigante
y... ¡se cayó! ¡Qué bobo es el gigante, Dios mío, qué bobo
es!...
Así, en la noche
profunda, hablaba la madre, estrechando contra su corazón a su
hijito moribundo. Paseaba con él, por la habitación débilmente
iluminada por el farol, y hablaba sin cesar.
Y en la habitación
contigua, se oía llorar al padre del niño.
LEÓNIDAS ANDRÉIEV
No hay comentarios:
Publicar un comentario