sábado, 14 de abril de 2012

AMOR AMÉRICA - PABLO NERUDA



Amor América

Antes de la peluca y la casaca 

fueron los ríos, ríos arteriales, 

fueron las cordilleras, en cuya onda raida 

el cóndor o la nieve parecían inmóviles: 

fue la humedad y la espesura, el trueno 

sin nombre todavía, las pampas planetarias. 


El hombre tierra fue, vasija, párpado 

del barro trémulo, forma de la arcilla, 

fue cantaro caribe, piedra chibcha, 

copa imperial o silice araucana. 

Tierno y sangriento fue, pero en la empunadura 

de su arma de cristal humedecido, 

las iniciales de la tierra estaban escritas. 


Nadie pudo 

recordarlas después: el viento 

las olvidó, el idioma del agua 

fue enterrado, las claves se perdieron 

o se inundaron de silencio o sangre. 


No se perdió la vida, hermanos pastorales. 

Pero como una rosa salvaje 

cayo una gota roja en la espesura 

y se apagó una lámpara de tierra. 


Yo estoy aquí para contar la historia. 

Desde la paz del búfalo 

hasta las azotadas arenas 

de la tierra final, en las espumas 

acumuladas de la luz antártica, 

y por las madrigueras despenadas 

de la sombría paz venezolana, 

te busque, padre mío, 

joven guerrero de tiniebla y cobre 

o tú, planta nupcial, cabellera indomable, 

madre caimán, metálica paloma. 


Yo, incásico del legamo, 

toqué la piedra y dije: 

¿Quién me espera? Y aprete la mano 

sobre un punado de cristal vacío. 

Pero anduve entre flores zapotecas 

y dulce era la luz como un venado, 

y era la sombra como un párpado verde. 


Tierra mía sin nombre, sin América, 

estambre equinoccial, lanza de púrpura, 

tu aroma me trepó por las raíces 

hasta la copa que bebía, hasta la más delgada 

palabra aún no nacida de mi boca.


Pablo Neruda

lunes, 9 de abril de 2012

Mujer de harapos


La caridad es el océano desde donde salen y a donde van a parar todas las demás virtudes.
Henri Lacordaire


Un pequeño relato por esta semana Santa.

MUJER DE HARAPOS

Todos la miraban y se apartaban de ella, la mujer seguía caminado sin darse cuenta de ello, la noche era helada pero nadie se atrevía a darle una simple tela con que cubrirse, solo sus harapos resguardaban su débil cuerpo herido por los días gélidos. 
En el pequeño pueblo de las colinas, detrás de las nubes, donde los rayos del sol no llegan, vivía ella, siempre murmurando algo incomprensible, siempre con los pies descalzos, con la cara hundida, el cabello canoso y las ropas rasgadas.
Se sentaba en la esquina, en el polvo, con la mano extendida, la cabeza gacha. ¡Alguien ayúdela!, pero seguían pisándola.
La fiesta se acercaba, los preparativos, las reuniones, todo lo mejor para la Virgencita del pueblo. 
Todos a adorarle.
La mujer de los harapos también fue, la gente la veía, parada en un rincón de la Iglesia del pueblo, todos la miraban y se alejaban, murmurando para sus adentros.
La mujer solo rezaba; llegó como siempre el final de la misa, todos lo devotos se acercaron, monedas y billetes caían dentro de la canasta de ofrendas a los pies de la Virgencita, llego así la mendiga, se arrodillo frente a la estatua y le beso los pies, de su bolsillo escondido, saco las pocas monedas recibidas en el día, y se lo dio todo. 
Un niño que estaba observando se acercó a la mujer y le dio su ropa. La mendiga ya no tena frió gracias más que todo al amor recibido de un pobre niño.
Ese día hubo sol, y la Virgen María sonrió en el Templo.
Stephanie Roncal