sábado, 26 de mayo de 2012

EL CABALLERO Y EL CAMPESINO

CABALLERO: ¡Hola buen hombre, buenos días!
CAMPESINO: Buenos días, si es de día, buenas noches si es de noche
CABALLERO: ¿Cómo te llamas?

CAMPESINO: No me llamo, me llaman
CABALLERO: ¿Y cómo te llaman?
CAMPESINO: Como a mi padre
CABALLERO: ¿Y cómo llaman a tu Padre?
CAMPESINO: Como a mi
CABALLERO: Bueno, pero ¿Cómo te llaman a la hora de comer?
CAMPESINO: No me llama nadie, yo siempre acudo primero
CABALLERO: Agudo eres buen hombre, ¿A dónde va este camino?
CAMPESINO: No va, viene
CABALLERO:  Entonces, ¿de donde viene?
CAMPESINO: Del pueblo
CABALLERO: ¿y dónde queda el pueblo?

CAMPESINO: No queda, está
CABALLERO: ¿y que dicen en el pueblo?

CAMPESINO: Dicen misa los curas
CABALLERO: No, hombre, ¡te pregunto que cuentan!

CAMPESINO: Cuentan plata los que tienen
CABALLERO: ¡Termina, que te estas pasando de la raya!

CAMPESINO: ¿Y qué raya voy a pasar si estamos en el campo?
CABALLERO: ¡No, te digo que me estas tomando el pelo!

CAMPESINO:  ¡Qué pelo le voy a tomar si usted es calvo!
CABALLERO: Con usted no se puede hablar, adiós

CAMPESINO: A Dios le debo la vida

Anónimo 

martes, 8 de mayo de 2012

POEMA XXIII - TRILCE - CESAR VALLEJO


Poema XXIII


Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
pura yema infantil innumerable, madre.

Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente
mal plañidas, madre: tus mendigos.
Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto
y yo arrastrando todavía
una trenza por cada letra del abecedario.

En la sala de arriba nos repartías
de mañana, de tarde de dual estiba,
aquellas ricas hostias de tiempo, para
que ahora nos sobrasen
cáscaras de relojes en flexión de las 24
en junto parados.

Madre, y ahora! Ahora, en cuál alvéolo
quedaría, en qué retoño capilar,
cierta migaja que hoy se me ata al cuello
y no quiere pasar. Hoy que hasta
tus puros huesos estarán harina
que no habrá en qué amasar
¡tierna dulcera de amor!
hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar
cuya encía late en aquel lácteo hoyuelo
que inadvertido lábrase y pulula ¡tú lo viste tanto!
en las cerradas manos recién nacidas.

Tal tierra oirá en tu silenciar,
cómo nos van cobrando todos
el alquiler del mundo donde nos dejas
y el valor de aquel pan inacabable.

Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros
pequeños entonces, como tú verías,
no se lo podíamos haber arrebatado
a nadie: cuando tú nos lo diste,
 ¿di, mamá?